¿Quién no ha pensado nunca que las mujeres son raras? Que no sea mujer obviamente. Porque cómo van a saber ellas que son raras si son las raras. Uno de los motivos por el que la mujer es un ser extraño a todas luces es porque son los únicos sobre la faz de la tierra y probablemente dentro de todo el universo que todavía creen en cuentos de hadas.
Las mujeres son seres de fe, son capaces de transformar cualquier mundo, cualquier universo conocido o por conocer, sobre todo el mundo de los hombres. Son capaces de todos los días al despertarse ver a su lado al hombre que aman y no al hombre que en realidad somos. Las mujeres cuando ven una pared en realidad lo que están viendo son colores y texturas, los hombres cuando ven una pared ven ladrillo sobre ladrillo. Las mujeres son capaces de virar el universo a su favor para hacer que incluso el olvido sea una circunstancia difícil en el mundo de los desmemoriados.
Todo esto ocurre porque la fe es alimentada desde que son niñas por elementos de corte extravagante: una vecina incómoda, una hermana mayor rebelde, una profesora hippie, una tía solterona, o la mamá, a quien alguna vez se le escuchó enunciar «Hija mía tú estás bendita y tarde o temprano ante el umbral de tu ventana llegará y se postrará de rodillas ante ti un príncipe azul». ¿Azul?
Es muy difícil estar enamorado de una mujer que cree en los cuentos de hadas, de una mujer que aspira y merece un hombre perfecto. Es muy difícil estar enamorado de una mujer que con una mirada es capaz de cambiar cualquier espectro. Es muy difícil estar enamorado de una luna lejana, de una estrella, cuando te sabes con los pies puestos en la tierra. Es muy difícil todos los días levantar los ojos para verla y saber que te va a deslumbrar. Es muy difícil mentirle con canciones incluso, que cuando vemos ladrillos tratamos con fuerza de ver sus colores, que la fe que nos falta y que ellas nos regalan es lo que nos da fuerzas para presumirnos locos a pesar de estar cuerdos, para sabernos acompañados aun cuando estamos solos y para sentirnos profundamente enamorados y con ganas de vivir muchísimos años.
Hoy más que nunca debemos de tener pleno conocimiento y convencimiento de que los hombres somos una especie que desciende directamente del mono, las mujeres de las estrellas.
Adaptación de un monólogo de Abel Velásquez «El Mago».